ALAS DE PRIMAVERA
El siguiente texto, original de Eddy Díaz Souza, obtuvo el Premio de la Bienal de Dramaturgia para Teatro de Muñecos Javier Villafañe, 1998; convocado por: Fondo de Estímulo a la Creatividad (FONDEC) y CONAC, en Caracas, Venezuela.
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ALAS DE PRIMAVERA
Autor: Eddy Díaz Souza
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Personajes:
ORUGA
LAGARTA
DAMA DE LA NOCHE
SEÑOR VIENTO
DOÑA RATA
DUENDE DEL RÍO 1
DUENDE DEL RÍO 2
PRÍNCIPE DEL MONTE (puede ser gago.)
MAÑA LA ARAÑA
* * * * *
PRÓLOGO
La luna tiñe de azul las hojas y las ramas de los árboles. El viento sopla y hace cantar al monte. Todo es magia en la penumbra.
LAGARTA. ¡Shhh! Duerme.
DAMA. ¿Tan temprano?
LAGARTA. Estuvo muy extraña durante el día.
DAMA. ¿Qué será?
LAGARTA. (En secreto.) Le está creciendo el corazón.
DAMA. ¡Malo! ¡Muy malo! Mejor sería que no creciera.
LAGARTA. Nada puede hacerse, es la ley. También yo me fui de casa un día en busca del amor.
DAMA. Dichosa yo, que amo la luna distante.
VIENTO. Perdonen que me entrometa, pero no veo que el asunto sea tan complicado. Hay muchos príncipes por estas tierras.
LAGARTA. Pero mi oruga es muy chica y no sabe de esas cosas.
VIENTO. Ya aprenderá.
DAMA. No se preocupe, comadre, yo hablaré con ella.
VIENTO. Lo que está a la vista, no necesita anteojos.
(Canta.)
La oruga duerme,
está soñando:
anillos de oro
y lirios blancos.
Paso del aire
Cortando ramos,
La oruga sueña
lánguidos tallos.
DAMA. ¡Silencio, Viento!
LAGARTA. Ya canta el gallo.
Canto del gallo. Luz de amanecer. Música.
* * * * *
ESCENA PRIMERA
Amanece. Las hojas de los árboles se abren lentamente, dejando ver a la Oruga que despierta.
ORUGA. (Bosteza.) ¡Hermosa mañana!
LAGARTA. El viento sopla delicadamente.
ORUGA. Y cuántos olores, mamá... Dulce aroma de frutas tiernas... brisa húmeda que viene del río y olor a batir de alas. Mamá, ¿qué es el amor?
LAGARTA. ¡Niña! ¿Qué pregunta es esa? Has conseguido ponerme colorada.
ORUGA. ¡Perdón!
LAGARTA. Eres muy pequeña, mi oruguita, aún te falta mucho para saber de esas cosas. Y, además... no quisiera perderte.
ORUGA. Pero yo te quiero, mamá.
LAGARTA. Eso lo sé. Ahora dime, ¿te ha visitado algún señor?
ORUGA. No.
LAGARTA. ¿Algún sapo te da vueltas?
ORUGA. Tampoco.
LAGARTA. ¿Y entonces?
ORUGA. No sé qué me pasa. Tengo un sobresalto en el pecho... como si la primavera me naciera por dentro.
LAGARTA. Es que estás enferma, niña mía.
ORUGA. ¿Enferma de amor?
LAGARTA. Pero si tienes fiebre. Vamos, acuéstate, te pondré hojas de calabaza en la frente.
ORUGA. Prefiero comerme un pétalo de rosa.
LAGARTA. Nada de rosas, que te subirá la fiebre. Cinco goticas de rocío y una raicita amarga. Iré a buscarlas. No te muevas. Voy corriendo y vuelvo volando. Ya regreso.
La Lagarta desaparece entre el follaje. Entra el viento.
VIENTO. Buenos días...
ORUGA. No tan buenos. ¿Quién es?
VIENTO. Yo...
ORUGA. ¿Y quién es yo?
VIENTO. El viento. He venido a visitarte. Dicen que estás muy enferma.
ORUGA. Eso dicen.
VIENTO. Es la primavera. Cuando llega la primavera, todos los seres de la tierra se sienten como tú. Es la época del amor.
ORUGA. ¡Ah! ¿Y qué es el amor, señor Viento?
VIENTO. Una pregunta sin respuesta.
ORUGA. Vaya, esta enfermedad si es complicada.
VIENTO. Pero tiene cura.
ORUGA. Sí, con raíces amargas...
VIENTO. Con un príncipe sanarás más pronto.
ORUGA. ¿Un príncipe?
VIENTO. Claro, criatura, el amor sólo se cura amando. Y para hallarlo, hay que ir probando.
ORUGA. Dice cosas muy raras, señor viento.
VIENTO. Soy tan viejo como el mundo, pequeña. A mi edad no hay secreto que se esconda ni debajo de una piedra. Tú lo que necesitas es conocer el amor.
ORUGA. Sí, quiero conocerlo. ¿Ese amor vive cerca de aquí?
VIENTO. (Ríe.) Ni cerca ni lejos
ORUGA. ¿Es eso un trabalenguas?
VIENTO. Mira, criatura, mira a tu alrededor. ¿Ves? El monte entero celebra la primavera. Todos se aman, menos tú.
ORUGA. Pero yo...
VIENTO. Tú también puedes amar.
ORUGA. ¿Y qué bebo hacer? ¿Qué debo hacer para ser tan feliz como el pájaro que se hunde en la flor?
VIENTO. Dar y recibir amor.
ORUGA. Pero sigo en las mismas. ¿Por qué no se explica mejor?
VIENTO. ¿Ves ese caminito de piedras y semillas?
ORUGA. Sí, lo veo.
VIENTO. Pues al final de ese camino, encontrarás tu amor.
ORUGA. ¿De verdad?
VIENTO. (Ríe.) Te lo aseguro.
ORUGA. Ya estoy impaciente por conocerlo.
VIENTO. No demores, oruguita, no sea que se canse de esperarte. Adiós. (Sale.)
ORUGA. Adiós, señor Viento, y muchas gracias por todo. (Para sí.) El corazón se me quiere salir del pecho. Voy corriendo a encontrar al amor.
Las ramas de los árboles oscurecen la escena. Risas en off del viento. Música.
* * * * *
ESCENA SEGUNDA
El camino de piedrecitas es infinito. Entre los arbustos que bordean el camino, sobresale una casa de arcilla y tallos de bambú. Sentada en una mecedora, Doña Rata se abanica con una hoja de almendra.
RATA. (Canta, muy desafinada.)
Un día te fuiste,
lejos de mi vida.
No me dijiste adiós
ni cuando volverías.
Y yo aún te espero,
aunque sea un mal día,
porque tarde o temprano
regresarás a mi vida.
Lara lara lara....
ORUGA. Buenos días, señora.
RATA. Si eres vendedora, puedes continuar tu viaje: no compro nada. Si vienes a hablarme de religión: no tengo fe. Y no me llamo Dora, mijita. Todos me dicen Doña Rata.
ORUGA. Está bien, Doña Rata, pero quería preguntarle si por casualidad ha visto al amor.
RATA. Oh, sí, tengo mucho dolor mijita: me duele la espalda, tengo fría la nariz y alta la tensión.
ORUGA. ¡Qué pena! Yo también estoy enferma, Doña Rata, pero me ha dicho el señor Viento que mi mal se cura amando.
RATA. Yo era joven, muy joven y bella... la ratita más hermosa de estos parajes. Y me casé con un ratón de pelo gris... ¡tan guapo!, ¡tan apuesto! Los primeros años, vivimos muy felices, pero luego... sí, mijita, mi esposo se fue caminando, se fue por esos caminos de Dios, buscando no sé qué.
ORUGA. ¿Buscando el amor?
RATA. No, no, del riñón estoy mejor.
ORUGA. ¿Oye usted bien, Doña Rata?
RATA. ¿Te quedarás hasta mañana? Bueno, no sé, mijita... me gustaría que te quedaras, pero... la verdad es que no te conozco lo suficiente.
ORUGA. Usted no me entiende.
RATA. ¿Qué pasa con mis dientes?
ORUGA. Nunca me entenderá.
RATA. Está bien... te quedarás. Eres muy simpática, un poco fea y otro poco rara, pero en el fondo tienes un gran corazón. Serás la hija que siempre soñé. Bien temprano en la mañana, barrerás la casa...
ORUGA. No puedo quedarme, Doña Rata. Otro día vendré a visitarla. Adiós. (Continúa su camino).
RATA. (Hablando sola.) Luego prepararás el desayuno: arepitas fritas con queso amarillo. Más tarde, regarás el jardín. Después, el almuerzo, unos masajes antes de la siesta, una canción para mi corazón y... ¿Se fue? ¡Oh, sí, se ha ido! Todos se van, no sé por qué.
(Canta, muy desafinada.)
Un día te fuiste,
lejos de mi vida.
No me dijiste adiós
ni cuando volverías.
Y yo aún te espero,
aunque sea un mal día,
porque tarde o temprano
regresarás a mi vida.
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ESCENA TERCERA
Por entre las ramas torcidas, asoma la imagen de una luna totalmente redonda, transparente y azul. La luna parece un globo, un disco brillante que flota en el aire. Las luciérnagas, semejan pequeños faroles de luz, estrellitas que titilan muy cerca del río. La Oruga ríe y juega con los puntos luminosos.
ORUGA. ¡Hey... ustedes...! ¿No van a dejar de jugar? Ya estoy un poco cansada, ¿saben? Tengo una pregunta que hacer, ¿podrían atenderme un momento? Yo quisiera saber si alguno de ustedes es el amor. Necesito encontrarlo. Es asunto de vida o muerte. (Pausa. Aparte.) Tengo la ligera impresión de que estoy hablando sola.
DUENDE 1. Claro que estás hablando sola.
DUENDE 2. Hablar con los ojos de la noche es como hablarle al silencio.
Los Duendes ríen. La Oruga se asoma al agua. Su rostro se refleja en la luna. Al ver su reflejo, la Oruga se asusta. Los Duendes soplan el disco y éste aleja, flotando entre las ramas.
DUENDE 1. (Entre risas.) ¡Vaya susto!
DUENDE 2. Es tan fea que asusta al miedo.
DUENDE 1. ¡Aléjate, bicho, que enturbias el agua!
ORUGA. Perdón.
DUENDE 2. Estás perdonada, pero no vuelvas a hacerlo.
DUENDE 1. ¿Quién eres?
ORUGA. Soy la Oruga.
DUENDE 2. ¡Oruga! ¡Oruga! No te conozco.
DUENDE 1. ¿Andas sola?
ORUGA. Sí, señor.
DUENDE 2. Es peligroso.
DUENDE 1. Muy peligroso.
DUENDE 2. La noche es muy peligrosa para criaturas tan pequeñas como tú.
DUENDE 1. Hay pájaros en la oscuridad que te atraparían con su pico.
ORUGA. Tienen razón, mi mamá me ha hablado de esas aves y de los peligros de la noche, pero me dijo el señor Viento...
DUENDE 2. (Ríe.) ¡El Viento! ¡El Viento! (Regañón.) Nunca hagas caso de lo que diga el Viento.
DUENDE 1. Es un mentiroso.
DUENDE 2. Es un soñador.
DUENDE 1. Un embaucador.
ORUGA. El señor Viento me dijo que al final de este camino, encontraría el amor. Parece que me he perdido.
DUENDES 1 y 2. (Ríen.) Aparte de fea eres tonta.
ORUGA. ¿Por qué? ¿Acaso no existe el amor?
DUENDE 1. Claro que existe.
DUENDE 2. Pero no es fácil encontrarlo.
ORUGA. ¿Ustedes lo conocen?
Silencio. Los Duendes desaparecen en el río, para luego asomar sus idénticas cabezas por encima de las aguas.
DUENDE 1. Hace algún tiempo, conocimos el amor.
DUENDE 2. Hace siglos.
DUENDE 1. Pero lo perdimos.
DUENDE 2. El amor es un acertijo.
DUENDE 1. Una sombra escurridiza.
DUENDE 2. Cuando éramos más jóvenes, pensábamos todo el tiempo en el amor.
DUENDE 1. Pero ahora, que somos unos viejos...
DUENDE 2. Sólo pensamos en divertirnos. (Ríen los duendes y desaparecen).
ORUGA. En cambio yo... sueño que una voz lejana me susurra estrellas y música de alas.
DUENDES 1y 2. ¡Estás enamorada!
DUENDE 1. Pero enamorada de quien.
ORUGA. No lo sé.
DUENDE 1. ¿Estarás enamorada de mí?
DUENDE 2. ¿O de mí?
ORUGA. Pues...
DUENDE 1. Aunque... no eres muy linda.
DUENDE 2. Bastante fea, diría yo.
DUENDE 1. Pero aún así te aceptamos.
DUENDE 2. Sí, te aceptamos Oruga.
DUENDE 1. Quédate con nosotros.
DUENDE 2. Y serás la reina de este río.
DUENDE 1. Todas las mañanas, lavarás mis guantes mugrientos.
DUENDE 2. Y prepararás deliciosos desayunos con renacuajos tiernos.
DUENDE 1. Y barrerás la casa.
DUENDE 2. Y me quitarás las telarañas del cerebro.
DUENDE 1. Y me rascarás los pies.
DUENDE 2. Y a mí, me echarás barro en los cabellos.
Ríen y saltan.
ORUGA. Son ustedes muy gentiles, pero yo debo continuar mi camino.
DUENDE 1. ¡Claro!
DUENDE 2. Te lo dije.
DUENDE 1. Era obvio.
DUENDE 2. Pero no quisiste hacerme caso.
DUENDE 1. Porque yo soy tu hermano mayor y siempre tengo la razón.
DUENDE 2. ¿Mi hermano mayor? Ja... Ja... Ja...
DUENDE 1. Hasta luego, Oruga.
DUENDE 2. Si no encuentras el amor...
DUENDE 1. Acuérdate de nosotros.
DUENDE 2. Yo soy el mayor de los dos.
DUENDE 1. Pero yo me casaré primero.
DUENDE 2. Eso lo veremos.
ORUGA. Adiós.
* * * * *
ESCENA CUARTA
La Oruga avanza por el camino, algo cansada. El Duende del Monte se oculta tras las finas hierbas.
ORUGA. Nunca debí prestarle atención a las palabras del señor Viento. Como quisiera regresar a mi casa. Ahora estaría soñando con las estrellas en mi cama tibia. ¡Qué lástima que el amor no exista!
PRINCIPE. (Desde su escondite.) Pero sí existe.
ORUGA. ¿Quién está ahí?
PRINCIPE. Yo.
ORUGA. ¿Y quién es yo?
PRINCIPE. El Príncipe del Monte.
ORUGA. ¡Ah!
PRINCIPE. Eres nueva en esta parte del monte, nunca antes te había visto.
ORUGA. Vivo muy lejos de aquí, pero no sé bien dónde. Me perdí por estos caminos del monte buscando el amor.
PRINCIPE. ¡Vaya! Parece que los dos buscamos lo mismo.
ORUGA. ¿También tú estás enamorado?
PRINCIPE. Así es, pero no he tenido suerte. Me enamoré de una rana del río, pero su corazón frío me dijo que no. Después me enamoré de una guacamaya... y al final me dejó. También me enamoré de una boa, una luciérnaga, una paloma y una caimana, pero ninguna me correspondió.
ORUGA. ¡Qué mala suerte!
PRINCIPE. ¿Y tú?
ORUGA. Me dijo el Viento, que al final del camino encontraría el amor. Pero yo creo que este camino no tiene fin. Lástima, porque me hubiera gustado mucho conocer a ese señor. ¿Y tú, por qué te escondes?
PRINCIPE. Porque... porque nadie me quiere.
ORUGA. A lo mejor yo podría quererte.
PRINCIPE. No, qué va... soy más feo que la fealdad.
ORUGA. Yo también soy fea, ¿sabes? Me han dicho que puedo asustar al susto.
La Oruga y el Príncipe del Monte ríen.
PRINCIPE. Eres muy simpática.
ORUGA. Tú también.
PRINCIPE. ¿Quieres verme?
ORUGA. Si me prometes que no te reirás de mí.
PRINCIPE. Te lo prometo. Pero júrame que no echarás a correr cuando me veas.
ORUGA. Te lo juro.
PRINCIPE. Bueno... cúbrete los ojos. Yo haré lo mismo.
El Príncipe del Monte y la Oruga, se tapan los ojos. Ambos comienzan a andar muy lentamente hacia el encuentro. Finalmente, tropiezan el uno con el otro.
PRINCIPE. ¿Estás ahí?
ORUGA. Aquí estoy.
Abren sus ojos, despacio y con temor.
PRINCIPE. (Emocionado.) Tú...
ORUGA. ¿Sí?
PRINCIPE. Eres hermosa.
ORUGA. Y tú...
PRINCIPE. ¿Sí?
ORUGA. Eres bonito.
LOS DOS. (Suspiran.) ¡Ay, es el amor!
ORUGA. El Viento no me mintió.
PRINCIPE. Al fin conozco el verdadero Amor. Escucha, mi corazón late como un tambor.
ORUGA. Y a mí, por dentro, me nace una flor.
Ríen.
PRINCIPE. Me siento feliz.
ORUGA. Y yo, estoy tan emocionada que siento ganas de llorar.
PRINCIPE. Pero no llores, porque me daría mucha pena. Mejor me dices tu nombre.
ORUGA. Oruga.
PRINCIPE. ¡Oruga! Sí, me gusta ese nombre. Entonces, Oruguita, ¿quieres casarte conmigo?
ORUGA. ¿Casarme?
PRINCIPE. Si te casas conmigo, serás mi esposa: la Princesa del Monte.
ORUGA. Sí, quiero ser tu compañera.
PRINCIPE. Haremos una casa en el tronco de un árbol.
ORUGA. No, entre las ramas, tan alto que podamos jugar con las estrellas.
PRINCIPE. Y tendremos muchos hijos.
ORUGA. Muchísimos... todos igualitos a ti.
PRINCIPE. Prefiero que sean como tú: amables, cariñosos y de buen corazón.
ORUGA. Por el día irán de paseo con su padre.
PRINCIPE. Los llevaré a cazar moscas y a pescar en el río.
ORUGA. Y de noche los arroparé con sabanitas de nubes. Y les cantaré canciones tiernas, como las que me cantaba mi madre, para que tengan hermosos y mágicos sueños.
PRINCIPE. ¡Qué feliz este camino que nos unió!
ORUGA. ¡Qué gran camino de amor!
La Oruga y el Príncipe se aproximan para besarse. Entra la Dama de La Noche.
DAMA. ¡Atrás! Ni un paso más. ¡Vade retro, bicho feo!
PRINCIPE. ¿Y ésta quién es?
ORUGA. ¡Mi madrina!
DAMA. Buena la has hecho, ahijada. Tu madre no come ni duerme, anda como loca alborotando el monte. Por encontrarte ha levantado hasta las piedras.
ORUGA. ¡Qué pena!
DAMA. Sí, vergüenza debía darte. Ahora mismo te vienes conmigo.
ORUGA. Es que... no puedo. Acabo de encontrar el amor.
DAMA. ¿El amor? ¿Y dónde está?
ORUGA. Aquí, a mi lado.
PRINCIPE. Buenas noches, señora, soy el Príncipe del Monte.
DAMA. ¡Oh, no! ¿Ustedes se han enamorado?
ORUGA. Nos vamos a casar.
DAMA. ¡Ohhhhhhh! (Se desmaya).
ORUGA. ¡Madrina!... ¡Madrina!... ¡Despierte!... Se desmayó de la emoción.
PRINCIPE. Espérame aquí, Oruguita, voy al río por un poco de agua y regreso enseguida. No te muevas.
ORUGA. Sí, sí, mi príncipe, ves corriendo y vuelve volando que yo te espero.
Sale el Príncipe del Monte e inmediatamente despierta la Dama de La Noche.
DAMA. ¡Oh, Dios, qué susto me has dado!
ORUGA. ¿Estás mejor?
DAMA. No del todo. Si tu madre se entera de que te quieres casar, se morirá de un infarto. Así que mejor nos vamos, antes de que el bicho feo regrese del río.
ORUGA. Yo lo quiero, madrina y me casaré con él.
DAMA. Eso tendrás que contárselo a tu madre, que ya viene por ahí.
LAGARTA. (Entrando.) ¡Gracias al Dios de las lagartijas que por fin te encuentro, hija mía! ¿Estás bien? ¿No te falta una pata? ¿Te duele la cabeza? ¿Alguien te ha hecho daño?
ORUGA. Estoy bien, mamá.
LAGARTA. Si no fuera porque estoy contenta de haberte encontrado, te daría una zurra por tu mal comportamiento.
ORUGA. Perdóname, mamá, es cierto que no debí salir sin avisarte. Pero es que...
LAGARTA. Pero es que nada. Ahora mismo regresamos a casa.
ORUGA. No, no... no puedo.
LAGARTA. ¿No puedes? ¿Por qué?
DAMA. Está enamorada.
LAGARTA. ¿Enamorada?
DAMA. Sí, comadre, la oruga se ha enamorado de un bicho raro que dice llamarse: Príncipe del Monte.
ORUGA. Es un Príncipe muy hermoso, no un bicho raro. Y vamos a casarnos.
LAGARTA. Claro que no. No te casarás. Cuando seas una Oruga adulta podrás hacerlo, pero hasta entonces, yo soy tu madre y me debes obediencia.
DAMA. Así se habla.
ORUGA. Pero... entiende mamá, yo soy feliz. Yo lo quiero y él me quiere. Y los dos, queremos casarnos.
LAGARTA. Primero tendrá que pasar por encima de mis huesitos. Arriba, andando... Esta conversación ha terminado. En la casa hablaremos más.
ORUGA. Yo no puedo abandonarlo, mamá.
LAGARTA. Usted camina ahora o yo la hago caminar.
DAMA. Así se habla, comadre, con voz recia y mano dura. Y tú, Oruga, no te preocupes por el Príncipe feo, tan pronto llegue del río le contaré lo que ha pasado. Si realmente está enamorado de ti, te buscará hasta encontrarte. ¡Vayan tranquila y a toda prisa, que el monte de noche es muy peligroso!
LAGARTA. ¡Andando, hija!
DAMA. ¡Adiós, comadre!
LAGARTA. ¡Adiós!
ORUGA. ¡Adiós, amor!
La Oruga y la Lagarta se alejan. Se asoma la luna por encima de las copas de los árboles y se quiebra en mil pedazos, como un espejo. Los trozos se dispersan por entre las hojas y las hierbas; luego, los mínimos fragmentos de luna, se convierten en luciérnagas.
* * * * *
ESCENA QUINTA
Las luciérnagas pululan por la oscuridad. Forman graciosos y complicados dibujos. Dibujan una gran telaraña y luego desaparecen. El monte se ilumina, con luz de estrellas distantes.
LAGARTA. (Refunfuñando.) Salir de casa sin avisarme... No te lo perdonaré nunca.
ORUGA. Pero yo, mamá...
LAGARTA. Tú estás muy desobediente en estos días.
ORUGA. También tú huiste de tu casa un día.
LAGARTA. ¿Quién te dijo eso?
ORUGA. Mi madrina.
LAGARTA. Bueno... es verdad. No te lo negaré. Como tampoco voy a negarte que me fue bastante mal. Por eso es que te cuido tanto, mi amor. No deseo que sufras como sufrí yo.
ORUGA. Yo había encontrado el amor. Comenzaba a ser feliz.
LAGARTA. El amor, viene y se va. Otro día lo volverás a encontrar.
Maña, la Araña, danza sobre los hilos de la telaraña. Su baile provoca temor en la Lagarta y la Oruga.
MAÑA. ¡Terrible noche! La luna se cayó en un pozo y se rompió en mil pedazos. Es difícil moverse en la penumbra, sobre todo para dos criaturas tan pequeñas como ustedes dos.
LAGARTA. Vamos de regreso a casa, señora Maña.
MAÑA. ¿Y ella?
LAGARTA. Es mi hija.
MAÑA. Muy linda y dulce.
ORUGA. Gracias, señora Maña.
MAÑA. ¡Oh!, pero qué descortesía, qué falta de amabilidad de mi parte, aún no las he invitado a pasar a mi casa. Perdonen, es que no acostumbro a recibir visitas a estas horas. Pero pasen, no se queden ahí paradas. La noche está tan húmeda que deben tener hambre y frío. ¡Adelante, amigas! Les prepararé una taza de café con leche.
ORUGA. Gracias, señora Maña, realmente necesitamos descansar.
LAGARTA. De ninguna manera, hijita. Tenemos que regresar cuanto antes. Agradecemos su gentileza, señora Maña, pero estamos apuradas. Otro día será. (Intenta avanzar y Maña se interpone en su camino).
MAÑA. ¡Qué descortesía, amiga Lagarta! Nunca antes me habían rehusado una invitación. ¡Qué desaire!
LAGARTA. No lo tome así, señora Maña, hoy no podemos aceptar su invitación, pero tal vez mañana volvamos a visitarla.
MAÑA. Eso espero.
LAGARTA. ¡Hasta mañana!
MAÑA. ¡Hasta mañana, amigas! (Se aparta y las deja pasar).
ORUGA. ¡Hasta pronto, señora Maña!
La Lagarta y la Oruga continúan su camino. La Araña las sigue, muy de cerca.
MAÑA. ¡Dios de los Arácnidos! ¿Qué es eso? ¿Una estrella va a caer sobre nosotras?
LAGARTA. ¿Usted cree, señora Maña?
MAÑA. Sí, sí, doña Lagarta, mire al cielo. Ahora sí estamos perdidas.
LAGARTA. ¡Ay, San Lagarto Feo!... ¿Y dónde está esa estrella, que no la veo?
MAÑA. En sus narices.
Maña aprovecha el pánico de la Lagarta y toma por sorpresa a la Oruga. De un salto, la lleva a su red.
ORUGA. ¡Mamá! ¡Mamá! Sálvame, mamá!
LAGARTA. ¿Qué has hecho, Maña?
MAÑA. Una maraña, amiga. (Ríe.) Hoy he tenido un día terrible, querida Lagarta, ni una mosca se ha dignado posarse en mi telaraña. Podrás imaginarte el tamaño de mi hambre. No podía dejar pasar un bocado tan apetitoso.
LAGARTA. No le hagas daño, por favor. Tómame a mí y deja a mi hija libre.
MAÑA. Demasiado vieja para mi gusto, doña Lagarta, su carne es dura e insípida. En cambio la oruga es joven, de carne suave y jugosa. ¡Hum! Se me hace agua la boca.
LAGARTA. Se lo ruego...
MAÑA. Lo siento.
LAGARTA. Tenga piedad...
MAÑA. Después que coma, hablaremos.
La araña inicia su danza. La Lagarta se desespera. Por un extremo, aparecen La Dama de La Noche y el Príncipe del Monte.
DAMA. Usted debe regresar a su casa.
PRINCIPE. Debo encontrarla.
DAMA. Pero nadie lo quiere: ni yo ni la madre de ella.
PRINCIPE. La oruga me ama y eso es suficiente.
DAMA. ¡Testarudo!
PRINCIPE. ¡Insensata!
LAGARTA. ¡Auxilio! ¡Auxilio! Corra, comadre, que mi niña está en peligro.
DAMA. (Acercándose a la Lagarta.) ¿Qué pasa, comadre? ¿Por qué grita de esa manera? Sepa que no ha sido mi culpa, este señor me ha seguido y no me ha dejado ni un instante.
LAGARTA. Eso no importa ahora. ¡Mira! Maña, la araña, tiene presa a mi hija. Si no actuamos de inmediato, se la tragará de un solo bocado.
DAMA. ¡Oh, no! ¡Qué terrible, comadre! Nadie se atreve a enfrentar a esa araña: patas de lanza, lengua de zarza, dientes de plata...
LAGARTA. Pero hay que hacer algo.
DAMA. Yo... yo sólo puedo hacer esto... (Se desploma.)
LAGARTA. ¿Y usted, señor?
PRINCIPE. Ella es mi amada.
LAGARTA. ¿Y piensa quedarse ahí, como una piedra? ¿Dejará que la malvada Maña devore al ser que dice amar? ¡Vaya caballero amante!
PRINCIPE. Soy un príncipe, señora, y en estos casos suelo actuar sin demora. ¡Hey, tú, araña cara de maraña! ¿Por qué no intentas comerme a mí?
MAÑA. (Lo observa y ríe.) Te reservaré para el desayuno.
LAGARTA. No se deje intimidar.
PRINCIPE. Baja, cara de rana, patas de alambre, ojos de vaca.
MAÑA. Sin ofensas, bicho horroroso.
PRINCIPE. Pues aquí te espero, señora lagaña.
MAÑA. (Rabiosa.) ¡Ayyy! Nunca me habían llamado así. Tú lo has querido, príncipe mocho, te haré carne mechada.
Maña salta al camino y se enfrenta al Príncipe. La Araña usa sus patas como espadas filosas, mientras el Príncipe se defiende de sus ataques con una varita de bambú. Al comenzar la batalla, el Príncipe se ve en desventajas, pero algunas estocadas hacen retroceder a la araña. La Lagarta, muy nerviosa, busca entre la hierba, hasta que encuentra un pequeño garrote de madera, con el que asestará duros golpes a la araña. El príncipe, logra cortar varias patas a su contrincante, quien, finalmente, se ve perdida.
MAÑA. Esto no es justo... ¡Basta! ¡Basta! ¡Me rindo! ¡Estoy acabada!
LAGARTA. Tú los has dicho, Maña, hasta aquí llegaron tus días.
MAÑA. (Al Príncipe.) No me mates, por favor.
LAGARTA. Ahora suplicas por tu vida, pero cuando te pedí la libertad de mi niña, no escuchaste mis ruegos.
MAÑA. No te escuché bien, amiga. Estoy algo sorda.
PRINCIPE. Voy a perdonar tu vida, Maña. No podrás ir muy lejos sin tus patas. Tendrás el castigo que mereces. Muy pronto llegarán los ejércitos de hormigas a buscarte.
MAÑA. ¿Hormigas? ¡Oh, no, odio las hormigas! No quiero saber nada de esos insectos (en retirada)... Que no me persigan... que se vayan... ¡ay!, las terribles hormigas... (Sale.)
PRINCIPE. (Desata a la Oruga.) ¿Estás bien?
ORUGA. Me alegro de que estés aquí.
PRINCIPE. Estaría siempre a tu lado, si tú lo quisieras.
ORUGA. Es mi mayor deseo.
LAGARTA. (Tose.) Bueno, bueno... bajen de ahí ya, no vaya a ser que esa araña regrese.
ORUGA. Madre, yo quisiera pedirte...
LAGARTA. Sí, sí, ya sé lo que vas a pedirme.
PRINCIPE. ¿Y cuál es su respuesta?
LAGARTA. Eres muy osado, joven Príncipe. Un poco feo, es cierto, pero valeroso. Arriesgaste tu vida por salvar a mi pequeña, ¿qué puedo decir? Tienen mi bendición para casarse... ¡Qué sean muy felices!
ORUGA. Gracias, mamá... ¡Te quiero hoy más que nunca!
PRINCIPE. Gracias, señora, tiene usted un corazón muy noble.
DAMA. (Despertando.) ¡Ay, qué dolor de cabeza! ¿Qué pasa? ¡Oh, perdóname, comadre, ese Príncipe me siguió, no pude deshacerme de él. ¿Tú me perdonas, verdad?
LAGARTA. Claro que te perdono, comadre. Trajiste mi felicidad y la de mi hija.
DAMA. ¿Cómo dices? ¡Ah, no! Ahora sí no entiendo nada. ¿Me perdí de algo?
LAGARTA. Deja que te cuente.
La Oruga y el Príncipe se besan. Entran las luciérnagas y, muy juntas, forman una luna redonda y clara que ilumina a los enamorados. Entonces, la Oruga se transforma en mariposa. La luna se descompone en un millón de azahares pequeñitos, que acompañan el vuelo de la Mariposa y el Príncipe del Monte.
PRINCIPE. (En off.) ¿Me quieres?
MARIPOSA. (En off.) Te quiero.
Telón
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Antes de usar este texto para cualquier fin, gestione el permiso de su autor, localizándolo a través del correo-e: centromolinos@yahoo.com
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ALAS DE PRIMAVERA
Autor: Eddy Díaz Souza
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Personajes:
ORUGA
LAGARTA
DAMA DE LA NOCHE
SEÑOR VIENTO
DOÑA RATA
DUENDE DEL RÍO 1
DUENDE DEL RÍO 2
PRÍNCIPE DEL MONTE (puede ser gago.)
MAÑA LA ARAÑA
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PRÓLOGO
La luna tiñe de azul las hojas y las ramas de los árboles. El viento sopla y hace cantar al monte. Todo es magia en la penumbra.
LAGARTA. ¡Shhh! Duerme.
DAMA. ¿Tan temprano?
LAGARTA. Estuvo muy extraña durante el día.
DAMA. ¿Qué será?
LAGARTA. (En secreto.) Le está creciendo el corazón.
DAMA. ¡Malo! ¡Muy malo! Mejor sería que no creciera.
LAGARTA. Nada puede hacerse, es la ley. También yo me fui de casa un día en busca del amor.
DAMA. Dichosa yo, que amo la luna distante.
VIENTO. Perdonen que me entrometa, pero no veo que el asunto sea tan complicado. Hay muchos príncipes por estas tierras.
LAGARTA. Pero mi oruga es muy chica y no sabe de esas cosas.
VIENTO. Ya aprenderá.
DAMA. No se preocupe, comadre, yo hablaré con ella.
VIENTO. Lo que está a la vista, no necesita anteojos.
(Canta.)
La oruga duerme,
está soñando:
anillos de oro
y lirios blancos.
Paso del aire
Cortando ramos,
La oruga sueña
lánguidos tallos.
DAMA. ¡Silencio, Viento!
LAGARTA. Ya canta el gallo.
Canto del gallo. Luz de amanecer. Música.
* * * * *
ESCENA PRIMERA
Amanece. Las hojas de los árboles se abren lentamente, dejando ver a la Oruga que despierta.
ORUGA. (Bosteza.) ¡Hermosa mañana!
LAGARTA. El viento sopla delicadamente.
ORUGA. Y cuántos olores, mamá... Dulce aroma de frutas tiernas... brisa húmeda que viene del río y olor a batir de alas. Mamá, ¿qué es el amor?
LAGARTA. ¡Niña! ¿Qué pregunta es esa? Has conseguido ponerme colorada.
ORUGA. ¡Perdón!
LAGARTA. Eres muy pequeña, mi oruguita, aún te falta mucho para saber de esas cosas. Y, además... no quisiera perderte.
ORUGA. Pero yo te quiero, mamá.
LAGARTA. Eso lo sé. Ahora dime, ¿te ha visitado algún señor?
ORUGA. No.
LAGARTA. ¿Algún sapo te da vueltas?
ORUGA. Tampoco.
LAGARTA. ¿Y entonces?
ORUGA. No sé qué me pasa. Tengo un sobresalto en el pecho... como si la primavera me naciera por dentro.
LAGARTA. Es que estás enferma, niña mía.
ORUGA. ¿Enferma de amor?
LAGARTA. Pero si tienes fiebre. Vamos, acuéstate, te pondré hojas de calabaza en la frente.
ORUGA. Prefiero comerme un pétalo de rosa.
LAGARTA. Nada de rosas, que te subirá la fiebre. Cinco goticas de rocío y una raicita amarga. Iré a buscarlas. No te muevas. Voy corriendo y vuelvo volando. Ya regreso.
La Lagarta desaparece entre el follaje. Entra el viento.
VIENTO. Buenos días...
ORUGA. No tan buenos. ¿Quién es?
VIENTO. Yo...
ORUGA. ¿Y quién es yo?
VIENTO. El viento. He venido a visitarte. Dicen que estás muy enferma.
ORUGA. Eso dicen.
VIENTO. Es la primavera. Cuando llega la primavera, todos los seres de la tierra se sienten como tú. Es la época del amor.
ORUGA. ¡Ah! ¿Y qué es el amor, señor Viento?
VIENTO. Una pregunta sin respuesta.
ORUGA. Vaya, esta enfermedad si es complicada.
VIENTO. Pero tiene cura.
ORUGA. Sí, con raíces amargas...
VIENTO. Con un príncipe sanarás más pronto.
ORUGA. ¿Un príncipe?
VIENTO. Claro, criatura, el amor sólo se cura amando. Y para hallarlo, hay que ir probando.
ORUGA. Dice cosas muy raras, señor viento.
VIENTO. Soy tan viejo como el mundo, pequeña. A mi edad no hay secreto que se esconda ni debajo de una piedra. Tú lo que necesitas es conocer el amor.
ORUGA. Sí, quiero conocerlo. ¿Ese amor vive cerca de aquí?
VIENTO. (Ríe.) Ni cerca ni lejos
ORUGA. ¿Es eso un trabalenguas?
VIENTO. Mira, criatura, mira a tu alrededor. ¿Ves? El monte entero celebra la primavera. Todos se aman, menos tú.
ORUGA. Pero yo...
VIENTO. Tú también puedes amar.
ORUGA. ¿Y qué bebo hacer? ¿Qué debo hacer para ser tan feliz como el pájaro que se hunde en la flor?
VIENTO. Dar y recibir amor.
ORUGA. Pero sigo en las mismas. ¿Por qué no se explica mejor?
VIENTO. ¿Ves ese caminito de piedras y semillas?
ORUGA. Sí, lo veo.
VIENTO. Pues al final de ese camino, encontrarás tu amor.
ORUGA. ¿De verdad?
VIENTO. (Ríe.) Te lo aseguro.
ORUGA. Ya estoy impaciente por conocerlo.
VIENTO. No demores, oruguita, no sea que se canse de esperarte. Adiós. (Sale.)
ORUGA. Adiós, señor Viento, y muchas gracias por todo. (Para sí.) El corazón se me quiere salir del pecho. Voy corriendo a encontrar al amor.
Las ramas de los árboles oscurecen la escena. Risas en off del viento. Música.
* * * * *
ESCENA SEGUNDA
El camino de piedrecitas es infinito. Entre los arbustos que bordean el camino, sobresale una casa de arcilla y tallos de bambú. Sentada en una mecedora, Doña Rata se abanica con una hoja de almendra.
RATA. (Canta, muy desafinada.)
Un día te fuiste,
lejos de mi vida.
No me dijiste adiós
ni cuando volverías.
Y yo aún te espero,
aunque sea un mal día,
porque tarde o temprano
regresarás a mi vida.
Lara lara lara....
ORUGA. Buenos días, señora.
RATA. Si eres vendedora, puedes continuar tu viaje: no compro nada. Si vienes a hablarme de religión: no tengo fe. Y no me llamo Dora, mijita. Todos me dicen Doña Rata.
ORUGA. Está bien, Doña Rata, pero quería preguntarle si por casualidad ha visto al amor.
RATA. Oh, sí, tengo mucho dolor mijita: me duele la espalda, tengo fría la nariz y alta la tensión.
ORUGA. ¡Qué pena! Yo también estoy enferma, Doña Rata, pero me ha dicho el señor Viento que mi mal se cura amando.
RATA. Yo era joven, muy joven y bella... la ratita más hermosa de estos parajes. Y me casé con un ratón de pelo gris... ¡tan guapo!, ¡tan apuesto! Los primeros años, vivimos muy felices, pero luego... sí, mijita, mi esposo se fue caminando, se fue por esos caminos de Dios, buscando no sé qué.
ORUGA. ¿Buscando el amor?
RATA. No, no, del riñón estoy mejor.
ORUGA. ¿Oye usted bien, Doña Rata?
RATA. ¿Te quedarás hasta mañana? Bueno, no sé, mijita... me gustaría que te quedaras, pero... la verdad es que no te conozco lo suficiente.
ORUGA. Usted no me entiende.
RATA. ¿Qué pasa con mis dientes?
ORUGA. Nunca me entenderá.
RATA. Está bien... te quedarás. Eres muy simpática, un poco fea y otro poco rara, pero en el fondo tienes un gran corazón. Serás la hija que siempre soñé. Bien temprano en la mañana, barrerás la casa...
ORUGA. No puedo quedarme, Doña Rata. Otro día vendré a visitarla. Adiós. (Continúa su camino).
RATA. (Hablando sola.) Luego prepararás el desayuno: arepitas fritas con queso amarillo. Más tarde, regarás el jardín. Después, el almuerzo, unos masajes antes de la siesta, una canción para mi corazón y... ¿Se fue? ¡Oh, sí, se ha ido! Todos se van, no sé por qué.
(Canta, muy desafinada.)
Un día te fuiste,
lejos de mi vida.
No me dijiste adiós
ni cuando volverías.
Y yo aún te espero,
aunque sea un mal día,
porque tarde o temprano
regresarás a mi vida.
* * * * *
ESCENA TERCERA
Por entre las ramas torcidas, asoma la imagen de una luna totalmente redonda, transparente y azul. La luna parece un globo, un disco brillante que flota en el aire. Las luciérnagas, semejan pequeños faroles de luz, estrellitas que titilan muy cerca del río. La Oruga ríe y juega con los puntos luminosos.
ORUGA. ¡Hey... ustedes...! ¿No van a dejar de jugar? Ya estoy un poco cansada, ¿saben? Tengo una pregunta que hacer, ¿podrían atenderme un momento? Yo quisiera saber si alguno de ustedes es el amor. Necesito encontrarlo. Es asunto de vida o muerte. (Pausa. Aparte.) Tengo la ligera impresión de que estoy hablando sola.
DUENDE 1. Claro que estás hablando sola.
DUENDE 2. Hablar con los ojos de la noche es como hablarle al silencio.
Los Duendes ríen. La Oruga se asoma al agua. Su rostro se refleja en la luna. Al ver su reflejo, la Oruga se asusta. Los Duendes soplan el disco y éste aleja, flotando entre las ramas.
DUENDE 1. (Entre risas.) ¡Vaya susto!
DUENDE 2. Es tan fea que asusta al miedo.
DUENDE 1. ¡Aléjate, bicho, que enturbias el agua!
ORUGA. Perdón.
DUENDE 2. Estás perdonada, pero no vuelvas a hacerlo.
DUENDE 1. ¿Quién eres?
ORUGA. Soy la Oruga.
DUENDE 2. ¡Oruga! ¡Oruga! No te conozco.
DUENDE 1. ¿Andas sola?
ORUGA. Sí, señor.
DUENDE 2. Es peligroso.
DUENDE 1. Muy peligroso.
DUENDE 2. La noche es muy peligrosa para criaturas tan pequeñas como tú.
DUENDE 1. Hay pájaros en la oscuridad que te atraparían con su pico.
ORUGA. Tienen razón, mi mamá me ha hablado de esas aves y de los peligros de la noche, pero me dijo el señor Viento...
DUENDE 2. (Ríe.) ¡El Viento! ¡El Viento! (Regañón.) Nunca hagas caso de lo que diga el Viento.
DUENDE 1. Es un mentiroso.
DUENDE 2. Es un soñador.
DUENDE 1. Un embaucador.
ORUGA. El señor Viento me dijo que al final de este camino, encontraría el amor. Parece que me he perdido.
DUENDES 1 y 2. (Ríen.) Aparte de fea eres tonta.
ORUGA. ¿Por qué? ¿Acaso no existe el amor?
DUENDE 1. Claro que existe.
DUENDE 2. Pero no es fácil encontrarlo.
ORUGA. ¿Ustedes lo conocen?
Silencio. Los Duendes desaparecen en el río, para luego asomar sus idénticas cabezas por encima de las aguas.
DUENDE 1. Hace algún tiempo, conocimos el amor.
DUENDE 2. Hace siglos.
DUENDE 1. Pero lo perdimos.
DUENDE 2. El amor es un acertijo.
DUENDE 1. Una sombra escurridiza.
DUENDE 2. Cuando éramos más jóvenes, pensábamos todo el tiempo en el amor.
DUENDE 1. Pero ahora, que somos unos viejos...
DUENDE 2. Sólo pensamos en divertirnos. (Ríen los duendes y desaparecen).
ORUGA. En cambio yo... sueño que una voz lejana me susurra estrellas y música de alas.
DUENDES 1y 2. ¡Estás enamorada!
DUENDE 1. Pero enamorada de quien.
ORUGA. No lo sé.
DUENDE 1. ¿Estarás enamorada de mí?
DUENDE 2. ¿O de mí?
ORUGA. Pues...
DUENDE 1. Aunque... no eres muy linda.
DUENDE 2. Bastante fea, diría yo.
DUENDE 1. Pero aún así te aceptamos.
DUENDE 2. Sí, te aceptamos Oruga.
DUENDE 1. Quédate con nosotros.
DUENDE 2. Y serás la reina de este río.
DUENDE 1. Todas las mañanas, lavarás mis guantes mugrientos.
DUENDE 2. Y prepararás deliciosos desayunos con renacuajos tiernos.
DUENDE 1. Y barrerás la casa.
DUENDE 2. Y me quitarás las telarañas del cerebro.
DUENDE 1. Y me rascarás los pies.
DUENDE 2. Y a mí, me echarás barro en los cabellos.
Ríen y saltan.
ORUGA. Son ustedes muy gentiles, pero yo debo continuar mi camino.
DUENDE 1. ¡Claro!
DUENDE 2. Te lo dije.
DUENDE 1. Era obvio.
DUENDE 2. Pero no quisiste hacerme caso.
DUENDE 1. Porque yo soy tu hermano mayor y siempre tengo la razón.
DUENDE 2. ¿Mi hermano mayor? Ja... Ja... Ja...
DUENDE 1. Hasta luego, Oruga.
DUENDE 2. Si no encuentras el amor...
DUENDE 1. Acuérdate de nosotros.
DUENDE 2. Yo soy el mayor de los dos.
DUENDE 1. Pero yo me casaré primero.
DUENDE 2. Eso lo veremos.
ORUGA. Adiós.
* * * * *
ESCENA CUARTA
La Oruga avanza por el camino, algo cansada. El Duende del Monte se oculta tras las finas hierbas.
ORUGA. Nunca debí prestarle atención a las palabras del señor Viento. Como quisiera regresar a mi casa. Ahora estaría soñando con las estrellas en mi cama tibia. ¡Qué lástima que el amor no exista!
PRINCIPE. (Desde su escondite.) Pero sí existe.
ORUGA. ¿Quién está ahí?
PRINCIPE. Yo.
ORUGA. ¿Y quién es yo?
PRINCIPE. El Príncipe del Monte.
ORUGA. ¡Ah!
PRINCIPE. Eres nueva en esta parte del monte, nunca antes te había visto.
ORUGA. Vivo muy lejos de aquí, pero no sé bien dónde. Me perdí por estos caminos del monte buscando el amor.
PRINCIPE. ¡Vaya! Parece que los dos buscamos lo mismo.
ORUGA. ¿También tú estás enamorado?
PRINCIPE. Así es, pero no he tenido suerte. Me enamoré de una rana del río, pero su corazón frío me dijo que no. Después me enamoré de una guacamaya... y al final me dejó. También me enamoré de una boa, una luciérnaga, una paloma y una caimana, pero ninguna me correspondió.
ORUGA. ¡Qué mala suerte!
PRINCIPE. ¿Y tú?
ORUGA. Me dijo el Viento, que al final del camino encontraría el amor. Pero yo creo que este camino no tiene fin. Lástima, porque me hubiera gustado mucho conocer a ese señor. ¿Y tú, por qué te escondes?
PRINCIPE. Porque... porque nadie me quiere.
ORUGA. A lo mejor yo podría quererte.
PRINCIPE. No, qué va... soy más feo que la fealdad.
ORUGA. Yo también soy fea, ¿sabes? Me han dicho que puedo asustar al susto.
La Oruga y el Príncipe del Monte ríen.
PRINCIPE. Eres muy simpática.
ORUGA. Tú también.
PRINCIPE. ¿Quieres verme?
ORUGA. Si me prometes que no te reirás de mí.
PRINCIPE. Te lo prometo. Pero júrame que no echarás a correr cuando me veas.
ORUGA. Te lo juro.
PRINCIPE. Bueno... cúbrete los ojos. Yo haré lo mismo.
El Príncipe del Monte y la Oruga, se tapan los ojos. Ambos comienzan a andar muy lentamente hacia el encuentro. Finalmente, tropiezan el uno con el otro.
PRINCIPE. ¿Estás ahí?
ORUGA. Aquí estoy.
Abren sus ojos, despacio y con temor.
PRINCIPE. (Emocionado.) Tú...
ORUGA. ¿Sí?
PRINCIPE. Eres hermosa.
ORUGA. Y tú...
PRINCIPE. ¿Sí?
ORUGA. Eres bonito.
LOS DOS. (Suspiran.) ¡Ay, es el amor!
ORUGA. El Viento no me mintió.
PRINCIPE. Al fin conozco el verdadero Amor. Escucha, mi corazón late como un tambor.
ORUGA. Y a mí, por dentro, me nace una flor.
Ríen.
PRINCIPE. Me siento feliz.
ORUGA. Y yo, estoy tan emocionada que siento ganas de llorar.
PRINCIPE. Pero no llores, porque me daría mucha pena. Mejor me dices tu nombre.
ORUGA. Oruga.
PRINCIPE. ¡Oruga! Sí, me gusta ese nombre. Entonces, Oruguita, ¿quieres casarte conmigo?
ORUGA. ¿Casarme?
PRINCIPE. Si te casas conmigo, serás mi esposa: la Princesa del Monte.
ORUGA. Sí, quiero ser tu compañera.
PRINCIPE. Haremos una casa en el tronco de un árbol.
ORUGA. No, entre las ramas, tan alto que podamos jugar con las estrellas.
PRINCIPE. Y tendremos muchos hijos.
ORUGA. Muchísimos... todos igualitos a ti.
PRINCIPE. Prefiero que sean como tú: amables, cariñosos y de buen corazón.
ORUGA. Por el día irán de paseo con su padre.
PRINCIPE. Los llevaré a cazar moscas y a pescar en el río.
ORUGA. Y de noche los arroparé con sabanitas de nubes. Y les cantaré canciones tiernas, como las que me cantaba mi madre, para que tengan hermosos y mágicos sueños.
PRINCIPE. ¡Qué feliz este camino que nos unió!
ORUGA. ¡Qué gran camino de amor!
La Oruga y el Príncipe se aproximan para besarse. Entra la Dama de La Noche.
DAMA. ¡Atrás! Ni un paso más. ¡Vade retro, bicho feo!
PRINCIPE. ¿Y ésta quién es?
ORUGA. ¡Mi madrina!
DAMA. Buena la has hecho, ahijada. Tu madre no come ni duerme, anda como loca alborotando el monte. Por encontrarte ha levantado hasta las piedras.
ORUGA. ¡Qué pena!
DAMA. Sí, vergüenza debía darte. Ahora mismo te vienes conmigo.
ORUGA. Es que... no puedo. Acabo de encontrar el amor.
DAMA. ¿El amor? ¿Y dónde está?
ORUGA. Aquí, a mi lado.
PRINCIPE. Buenas noches, señora, soy el Príncipe del Monte.
DAMA. ¡Oh, no! ¿Ustedes se han enamorado?
ORUGA. Nos vamos a casar.
DAMA. ¡Ohhhhhhh! (Se desmaya).
ORUGA. ¡Madrina!... ¡Madrina!... ¡Despierte!... Se desmayó de la emoción.
PRINCIPE. Espérame aquí, Oruguita, voy al río por un poco de agua y regreso enseguida. No te muevas.
ORUGA. Sí, sí, mi príncipe, ves corriendo y vuelve volando que yo te espero.
Sale el Príncipe del Monte e inmediatamente despierta la Dama de La Noche.
DAMA. ¡Oh, Dios, qué susto me has dado!
ORUGA. ¿Estás mejor?
DAMA. No del todo. Si tu madre se entera de que te quieres casar, se morirá de un infarto. Así que mejor nos vamos, antes de que el bicho feo regrese del río.
ORUGA. Yo lo quiero, madrina y me casaré con él.
DAMA. Eso tendrás que contárselo a tu madre, que ya viene por ahí.
LAGARTA. (Entrando.) ¡Gracias al Dios de las lagartijas que por fin te encuentro, hija mía! ¿Estás bien? ¿No te falta una pata? ¿Te duele la cabeza? ¿Alguien te ha hecho daño?
ORUGA. Estoy bien, mamá.
LAGARTA. Si no fuera porque estoy contenta de haberte encontrado, te daría una zurra por tu mal comportamiento.
ORUGA. Perdóname, mamá, es cierto que no debí salir sin avisarte. Pero es que...
LAGARTA. Pero es que nada. Ahora mismo regresamos a casa.
ORUGA. No, no... no puedo.
LAGARTA. ¿No puedes? ¿Por qué?
DAMA. Está enamorada.
LAGARTA. ¿Enamorada?
DAMA. Sí, comadre, la oruga se ha enamorado de un bicho raro que dice llamarse: Príncipe del Monte.
ORUGA. Es un Príncipe muy hermoso, no un bicho raro. Y vamos a casarnos.
LAGARTA. Claro que no. No te casarás. Cuando seas una Oruga adulta podrás hacerlo, pero hasta entonces, yo soy tu madre y me debes obediencia.
DAMA. Así se habla.
ORUGA. Pero... entiende mamá, yo soy feliz. Yo lo quiero y él me quiere. Y los dos, queremos casarnos.
LAGARTA. Primero tendrá que pasar por encima de mis huesitos. Arriba, andando... Esta conversación ha terminado. En la casa hablaremos más.
ORUGA. Yo no puedo abandonarlo, mamá.
LAGARTA. Usted camina ahora o yo la hago caminar.
DAMA. Así se habla, comadre, con voz recia y mano dura. Y tú, Oruga, no te preocupes por el Príncipe feo, tan pronto llegue del río le contaré lo que ha pasado. Si realmente está enamorado de ti, te buscará hasta encontrarte. ¡Vayan tranquila y a toda prisa, que el monte de noche es muy peligroso!
LAGARTA. ¡Andando, hija!
DAMA. ¡Adiós, comadre!
LAGARTA. ¡Adiós!
ORUGA. ¡Adiós, amor!
La Oruga y la Lagarta se alejan. Se asoma la luna por encima de las copas de los árboles y se quiebra en mil pedazos, como un espejo. Los trozos se dispersan por entre las hojas y las hierbas; luego, los mínimos fragmentos de luna, se convierten en luciérnagas.
* * * * *
ESCENA QUINTA
Las luciérnagas pululan por la oscuridad. Forman graciosos y complicados dibujos. Dibujan una gran telaraña y luego desaparecen. El monte se ilumina, con luz de estrellas distantes.
LAGARTA. (Refunfuñando.) Salir de casa sin avisarme... No te lo perdonaré nunca.
ORUGA. Pero yo, mamá...
LAGARTA. Tú estás muy desobediente en estos días.
ORUGA. También tú huiste de tu casa un día.
LAGARTA. ¿Quién te dijo eso?
ORUGA. Mi madrina.
LAGARTA. Bueno... es verdad. No te lo negaré. Como tampoco voy a negarte que me fue bastante mal. Por eso es que te cuido tanto, mi amor. No deseo que sufras como sufrí yo.
ORUGA. Yo había encontrado el amor. Comenzaba a ser feliz.
LAGARTA. El amor, viene y se va. Otro día lo volverás a encontrar.
Maña, la Araña, danza sobre los hilos de la telaraña. Su baile provoca temor en la Lagarta y la Oruga.
MAÑA. ¡Terrible noche! La luna se cayó en un pozo y se rompió en mil pedazos. Es difícil moverse en la penumbra, sobre todo para dos criaturas tan pequeñas como ustedes dos.
LAGARTA. Vamos de regreso a casa, señora Maña.
MAÑA. ¿Y ella?
LAGARTA. Es mi hija.
MAÑA. Muy linda y dulce.
ORUGA. Gracias, señora Maña.
MAÑA. ¡Oh!, pero qué descortesía, qué falta de amabilidad de mi parte, aún no las he invitado a pasar a mi casa. Perdonen, es que no acostumbro a recibir visitas a estas horas. Pero pasen, no se queden ahí paradas. La noche está tan húmeda que deben tener hambre y frío. ¡Adelante, amigas! Les prepararé una taza de café con leche.
ORUGA. Gracias, señora Maña, realmente necesitamos descansar.
LAGARTA. De ninguna manera, hijita. Tenemos que regresar cuanto antes. Agradecemos su gentileza, señora Maña, pero estamos apuradas. Otro día será. (Intenta avanzar y Maña se interpone en su camino).
MAÑA. ¡Qué descortesía, amiga Lagarta! Nunca antes me habían rehusado una invitación. ¡Qué desaire!
LAGARTA. No lo tome así, señora Maña, hoy no podemos aceptar su invitación, pero tal vez mañana volvamos a visitarla.
MAÑA. Eso espero.
LAGARTA. ¡Hasta mañana!
MAÑA. ¡Hasta mañana, amigas! (Se aparta y las deja pasar).
ORUGA. ¡Hasta pronto, señora Maña!
La Lagarta y la Oruga continúan su camino. La Araña las sigue, muy de cerca.
MAÑA. ¡Dios de los Arácnidos! ¿Qué es eso? ¿Una estrella va a caer sobre nosotras?
LAGARTA. ¿Usted cree, señora Maña?
MAÑA. Sí, sí, doña Lagarta, mire al cielo. Ahora sí estamos perdidas.
LAGARTA. ¡Ay, San Lagarto Feo!... ¿Y dónde está esa estrella, que no la veo?
MAÑA. En sus narices.
Maña aprovecha el pánico de la Lagarta y toma por sorpresa a la Oruga. De un salto, la lleva a su red.
ORUGA. ¡Mamá! ¡Mamá! Sálvame, mamá!
LAGARTA. ¿Qué has hecho, Maña?
MAÑA. Una maraña, amiga. (Ríe.) Hoy he tenido un día terrible, querida Lagarta, ni una mosca se ha dignado posarse en mi telaraña. Podrás imaginarte el tamaño de mi hambre. No podía dejar pasar un bocado tan apetitoso.
LAGARTA. No le hagas daño, por favor. Tómame a mí y deja a mi hija libre.
MAÑA. Demasiado vieja para mi gusto, doña Lagarta, su carne es dura e insípida. En cambio la oruga es joven, de carne suave y jugosa. ¡Hum! Se me hace agua la boca.
LAGARTA. Se lo ruego...
MAÑA. Lo siento.
LAGARTA. Tenga piedad...
MAÑA. Después que coma, hablaremos.
La araña inicia su danza. La Lagarta se desespera. Por un extremo, aparecen La Dama de La Noche y el Príncipe del Monte.
DAMA. Usted debe regresar a su casa.
PRINCIPE. Debo encontrarla.
DAMA. Pero nadie lo quiere: ni yo ni la madre de ella.
PRINCIPE. La oruga me ama y eso es suficiente.
DAMA. ¡Testarudo!
PRINCIPE. ¡Insensata!
LAGARTA. ¡Auxilio! ¡Auxilio! Corra, comadre, que mi niña está en peligro.
DAMA. (Acercándose a la Lagarta.) ¿Qué pasa, comadre? ¿Por qué grita de esa manera? Sepa que no ha sido mi culpa, este señor me ha seguido y no me ha dejado ni un instante.
LAGARTA. Eso no importa ahora. ¡Mira! Maña, la araña, tiene presa a mi hija. Si no actuamos de inmediato, se la tragará de un solo bocado.
DAMA. ¡Oh, no! ¡Qué terrible, comadre! Nadie se atreve a enfrentar a esa araña: patas de lanza, lengua de zarza, dientes de plata...
LAGARTA. Pero hay que hacer algo.
DAMA. Yo... yo sólo puedo hacer esto... (Se desploma.)
LAGARTA. ¿Y usted, señor?
PRINCIPE. Ella es mi amada.
LAGARTA. ¿Y piensa quedarse ahí, como una piedra? ¿Dejará que la malvada Maña devore al ser que dice amar? ¡Vaya caballero amante!
PRINCIPE. Soy un príncipe, señora, y en estos casos suelo actuar sin demora. ¡Hey, tú, araña cara de maraña! ¿Por qué no intentas comerme a mí?
MAÑA. (Lo observa y ríe.) Te reservaré para el desayuno.
LAGARTA. No se deje intimidar.
PRINCIPE. Baja, cara de rana, patas de alambre, ojos de vaca.
MAÑA. Sin ofensas, bicho horroroso.
PRINCIPE. Pues aquí te espero, señora lagaña.
MAÑA. (Rabiosa.) ¡Ayyy! Nunca me habían llamado así. Tú lo has querido, príncipe mocho, te haré carne mechada.
Maña salta al camino y se enfrenta al Príncipe. La Araña usa sus patas como espadas filosas, mientras el Príncipe se defiende de sus ataques con una varita de bambú. Al comenzar la batalla, el Príncipe se ve en desventajas, pero algunas estocadas hacen retroceder a la araña. La Lagarta, muy nerviosa, busca entre la hierba, hasta que encuentra un pequeño garrote de madera, con el que asestará duros golpes a la araña. El príncipe, logra cortar varias patas a su contrincante, quien, finalmente, se ve perdida.
MAÑA. Esto no es justo... ¡Basta! ¡Basta! ¡Me rindo! ¡Estoy acabada!
LAGARTA. Tú los has dicho, Maña, hasta aquí llegaron tus días.
MAÑA. (Al Príncipe.) No me mates, por favor.
LAGARTA. Ahora suplicas por tu vida, pero cuando te pedí la libertad de mi niña, no escuchaste mis ruegos.
MAÑA. No te escuché bien, amiga. Estoy algo sorda.
PRINCIPE. Voy a perdonar tu vida, Maña. No podrás ir muy lejos sin tus patas. Tendrás el castigo que mereces. Muy pronto llegarán los ejércitos de hormigas a buscarte.
MAÑA. ¿Hormigas? ¡Oh, no, odio las hormigas! No quiero saber nada de esos insectos (en retirada)... Que no me persigan... que se vayan... ¡ay!, las terribles hormigas... (Sale.)
PRINCIPE. (Desata a la Oruga.) ¿Estás bien?
ORUGA. Me alegro de que estés aquí.
PRINCIPE. Estaría siempre a tu lado, si tú lo quisieras.
ORUGA. Es mi mayor deseo.
LAGARTA. (Tose.) Bueno, bueno... bajen de ahí ya, no vaya a ser que esa araña regrese.
ORUGA. Madre, yo quisiera pedirte...
LAGARTA. Sí, sí, ya sé lo que vas a pedirme.
PRINCIPE. ¿Y cuál es su respuesta?
LAGARTA. Eres muy osado, joven Príncipe. Un poco feo, es cierto, pero valeroso. Arriesgaste tu vida por salvar a mi pequeña, ¿qué puedo decir? Tienen mi bendición para casarse... ¡Qué sean muy felices!
ORUGA. Gracias, mamá... ¡Te quiero hoy más que nunca!
PRINCIPE. Gracias, señora, tiene usted un corazón muy noble.
DAMA. (Despertando.) ¡Ay, qué dolor de cabeza! ¿Qué pasa? ¡Oh, perdóname, comadre, ese Príncipe me siguió, no pude deshacerme de él. ¿Tú me perdonas, verdad?
LAGARTA. Claro que te perdono, comadre. Trajiste mi felicidad y la de mi hija.
DAMA. ¿Cómo dices? ¡Ah, no! Ahora sí no entiendo nada. ¿Me perdí de algo?
LAGARTA. Deja que te cuente.
La Oruga y el Príncipe se besan. Entran las luciérnagas y, muy juntas, forman una luna redonda y clara que ilumina a los enamorados. Entonces, la Oruga se transforma en mariposa. La luna se descompone en un millón de azahares pequeñitos, que acompañan el vuelo de la Mariposa y el Príncipe del Monte.
PRINCIPE. (En off.) ¿Me quieres?
MARIPOSA. (En off.) Te quiero.
Telón
3 comentarios
arlex urbaez -
Eddy Díaz Souza -
augusto cubillan -
Después de leer su revista les felicito sinceramente... este esfuerzo merece mi consideración y aplauso. Me gustaría, en un futuro cercano, ver aquí alguna de mis obras de teatro, como apoyo a su publicación. Un abrazo afectuoso.