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TEATRIN VIAJERO

GUIGNOL, PUNCH y los "PUPI": los títeres no pierden la cabeza

<strong>GUIGNOL, PUNCH y los &quot;PUPI&quot;: los títeres no pierden la cabeza</strong> Foto del Artículo: Opera dei Pupi. Museo Internazionale delle marionette Antonio Pasqualino.

GUIGNOL, PUNCH y los "PUPI": los títeres no pierden la cabeza


Recuento de una breve gira por cuatro países europeos muestra que los títeres no pierden vigencia, pero han perdido el sabor popular de hace un siglo.

Por: Abraham Santibáñez
Fuente: La hoja del Titiritero. [Boletín electrónico de la Comisión para América Latina de la UNIMA]. Año1, N° 2. Diciembre 2004.

En medio de los trastornos de la Revolución francesa, cuando la odontología todavía no salía de su etapa más primitiva, Laurent Mourguet no encontró mejor oficio que el de “sacamuelas”. Para aplacar temores y dolores de sus pacientes, se le ocurrió entretenerlos con títeres de guante. Así, como lo destaca un busto suyo levantado en una placita de la ciudad vieja de Lyon, se adentró en el camino de la inmortalidad. Nadie lo recuerda como dentista. Pero sí como el padre de Monsieur Guignol, el típico títere de Lyon, y su pandilla de pillos simpáticos que encabezan su compadre Gnafron y su mujer, Madelon.

Igual que los ingleses Punch y Judy, todos ellos son adaptaciones locales de Polichinela, de origen italiano. Su lenguaje y sus temáticas (amores, traiciones, engaños y un permanente desafío a la autoridad) están destinados principalmente a adultos y no siempre resultan aptos para los oídos infantiles. Ello explica, probablemente, una evolución, cada vez más evidente en todo el mundo, hacia títeres y marionetas de juguete, con rasgos suaves, que esconden el alcoholismo de Gnafrón, la dureza de Madelon, o la rudeza del propio Guignol, que impone a palos la autoridad en su hogar.

Al mismo tiempo, otra vertiente, más restringida, se interesa por el rescate de las raíces históricas.

En Europa la historia de las marionetas se remonta a la Edad Media, cuando se enseñaba el Catecismo por medio de muñecos. “Marioneta” viene de “Pequeña María”, por la Virgen María, una de las figuras más populares de ese tiempo.

“El espectáculo, mudo al comienzo -escribió Genevieve Petit en su obra "Faites des Marionnettes"- incorporó más tarde un narrador a fin de que todo el mundo pudiera comprender la acción compleja y a menudo cargada de símbolos. Más tarde, (los muñecos) se pusieron a hablar y a cantar, con o sin acompañamiento de orquesta”.

Todo esto lo actualizan y resumen los responsables de la más famosa compañía del mundo, las Marionetas de Salzburgo, con una enfática afirmación:
“Si alguien cree que el teatro de marionetas es sólo para niños está profundamente equivocado. Aquí las óperas que se presentan en los más famosos teatros del mundo son interpretadas por las marionetas con las mejores grabaciones disponibles. Por supuesto, las funciones de la compañía constituyen una manera ideal para introducir a los niños al mundo de la ópera”.

Arte antiguo
Diversas investigaciones coinciden en que las raíces del teatro de títeres se remontan al comienzo de la historia:
"El hombre prehistórico, señala la autora Petit, debió observar su sombra y las de los suyos sobre los muros de su cueva o de su refugio entre las rocas, ya que el fuego estaba generalmente a la entrada o en las afueras de este refugio.

A partir de estas sombras, empezó sin duda a buscar otros motivos para imitar. (...) Podemos imaginar cómo de pronto alguien descubrió que con sus manos podía crear sombras semejantes a figuras de animales. (...) Recordemos que el fuego y la oscuridad poseen una rica carga simbólica. Ambos favorecen la reflexión y la meditación y están íntimamente ligados a la magia y a la vida espiritual. Esta es, sin duda, la razón por la cual los temas de las presentaciones primitivas son metafísicos o religiosos. Las marionetas mismas se convierten en figuras sagradas".

En Egipto, Grecia o Roma, dicen los historiadores, se han encontrado sepulturas de niños con muñecos articulados. Hay constancia en textos de Herodoto y otros autores de la existencia de espectáculos en los que se empleaban grandes marionetas. Eran, dice Genevieve Petit, "juegos populares muy apreciados por el gran público".

Desde entonces, aunque ha pasado mucha agua bajo los puentes del mundo entero, lo que comúnmente se conoce como teatro de muñecos ofrece variadas posibilidades.

El teatro de sombras, una especialidad cultivada con pasión en muchos países, se enlaza directamente con las figuras accionadas por varillas en el teatro clásico de Indonesia. Pero las formas más populares en Occidente son, sin duda, el teatro de guante (los "títeres" propiamente tales) y las marionetas manejadas con hilos.

Un gran cambio
En Occidente, este mundo ha sufrido una profunda evolución desde su modesto nacimiento como un oficio, tal como lo practicaba Mourguet o Faustino Duarte y otros colegas portugueses de tiempos posteriores o los pupari de Sicilia, que recorrían la isla en carritos bellamente adornados.

Hacia fines del siglo XIX, este arte popular dio un salto a otros niveles sociales, compitiendo con los más sofisticados juegos de muñecas. Fueron años en que los impresores alemanes rivalizaban en la entrega de obras para representaciones familiares en teatritos fáciles de armar en casa con escenografías adaptables.

Pero la bonanza, que se prolongó por parte del siglo XX, terminó por hacer crisis con la irrupción primero del cine y después de la televisión y, ahora, de los juegos electrónicos.

Hoy día, el teatro de muñecos ha encontrado refugio en algunos magníficos museos como los de las Marionetas (los hay en Lisboa y en Palermo), el de Gadagne (Lyon) o el del Covent Garden (Londres), estos dos últimos no exclusivos.

En todos ellos hay exponentes propios de cada localidad o región. Son muñecos de madera o de guante, según el caso, que también se asoman al escenario: los pupi de Sicilia reviven las luchas de los “paladines” de Carlomagno contra los moros; Punch y Judy y Guignol y Gnafron recuerdan sus épocas doradas del pasado.

En Palermo y en Lyon, por lo menos, hay representaciones permanentes de los personajes clásicos, igual como sigue ocurriendo en Austria (las ya mencionadas Marionetas de Salzburgo) o en Praga.

Los últimos sobrevivientes
En Palermo subsisten varias compañías. Es un débil recuerdo de lo que había hace un siglo cuando, según hace notar Janne Vibaek Pasqualino, directora del Museo de las Marionetas, existían “no menos de 25 teatros en toda la isla.

Se publicaban decenas de romances populares de caballería en fascículos semanales. Eran comprados no solamente por los pupari (marionetistas) que sacaban los textos para sus espectáculos, o por los cantastorie (contadores de historias) que recitaban u cuntu en las plazas, sino también por un gran número de lectores apasionados... Las historias más apreciadas por el público eran aquellas de Carlomagno y sus paladines, pero el teatro de pupi proponía un repertorio que incluía también historias de bandidos, dramas de Shakespeare, vidas de santos, etc.”

El repertorio, en los teatros de Lyon es menos variado en cuanto a personajes: gira –como muchas otras actividades de la ciudad- en torno a Guignol y sus trasnochadas aventuras junto a Gnafron en permanente lucha con Madelon.

Con ellos tres como protagonistas, se conocen decenas de obras, de trama algo ingenua, pero que permiten alusiones a los temas de actualidad política y, en los circuitos turísticos, la interacción con el público.

Parte de la tradición indica, además, que tras los bastidores, al final de cada función, los titiriteros, sea en Palermo o en Lyon, explican su trabajo a los espectadores.

En Palermo, en la mejor vena de los cantastorie, que hacían sus relatos en ferias aldeanas, Vincenzo Argento y su familia brindan, además, con un suave licor local que comparten con el público.

La pregunta no respondida, claro, es qué nos depara el futuro. El agotador trabajo artesanal representado por la confección de los títeres, más el esfuerzo físico de las actuaciones, parece fuera de lugar en tiempos de la computación, internet y de los “efectos especiales” hechos electrónicamente.

Un moro que, literalmente, pierde la cabeza en una representación en Palermo, implica un trabajo repetido en cada función, lo mismo que los estrepitosos choques de sus espadas aceradas o las arremetidas de los paladines.

Cada telón ha sido pintado y repintado- a mano por una raza en extinción: los pupari sicilianos, los titiriteros andariegos de Portugal, Francia o Inglaterra.

Sólo quedan algunos que, como en todo el mundo, se esfuerzan por mantener la tradición.
Lo único que no han perdido, y eso es fácil de apreciar, es el entusiasmo.

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